Hace poco, empecé a recordar épocas pasadas, cuando aun nos daba felicidad escribir o recibir cartas de puño y letra. Hojas decoradas y aromáticas, sellos hermosos de colección y sobres llenos de esperanza. ¿Que fueron de esas personas, familiares, amigos que se carteaban semana tras semana? ¿Donde quedaron aquellas personas a las que se les agitaba el corazón al entrar en aquel bello edificio histórico?. Con lo bonito y sencillo que era todo el proceso desde que escribíamos la carta hasta que la metíamos en el buzón, era una delicia. Hasta que se acabó el encanto y llegó el ordenador acompañado del Internet.
Hace unos meses, cuando empecé con Marta, tuve que ir a la oficina de correos del pueblo en el que vivo. Al llegar observé un lugar tan arcaico, que de repente me sentí que estaba en otra época. Me sentí extraño. Observé a los empleados como colocaban las cartas y los paquetes, observé los casilleros postales, observé la báscula donde se pesan las cartas, observé los timbres. Ni siquiera era una carta de amor. Simplemente fue cumplir con un recado de mis padres.
Al salir de aquel lugar pensé lo bonito que sería escribirle cartas a Marta, como sería su reacción al ver tal sobre, como lo abriría inquieta y seguidamente tras ello, estoy seguro de que empezaría a escribirme una suya para mi, que delicada sensación.
Tras esto, hablé con mi mano derecha y le dije: no sé cómo lo harás, pero volveremos a los tiempos de fe.
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